No es verdad, es un mito, pero tiene su razón de ser. La prueba más contundente la ofreció en 2003 el mayor especialista en eco del Centro de Investigación Acústica de la Universidad de Salford (Reino Unido), Trevor Cox. Al ver que se extendía el mito, decidió probar el graznido de un pato en una sala experimental que multiplicara el eco exageradamente.
Y efectivamente, recogió ese rebote, esa réplica del “cuac” original, aunque algo distorsionado, según contó. Así que probó a lanzar ese mismo sonido en una sala de conciertos y descubrió que allí no era tan patente la repetición del sonido del animal. Por eso, se puso a revisar en el ordenador las frecuencias que componen el graznido y descubrió que el eco de dicho espectro era ciertamente difícil de percibir por el oído humano.
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