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¿QUIÉN FUE MARTIN LUTERO?

LuteroLutero fue un teólogo y reformador religioso, propulsor de la Reforma protestante en el seno de la Iglesia cristiana; nacido el 10 de noviembre de 1483, en Eisleben, Sajonia (Alemania), y muerto el 18 de febrero de 1546, en la misma localidad.

Lutero fue el principal promotor de la reforma religiosa que dividió a la cristiandad en numerosas iglesias y sectas. Figura crucial en la Edad Moderna, todo el conjunto de sus teorías y doctrinas (luteranismo) se extendió más allá de la religión, ya que abarcó a la política, la economía, la educación, la filosofía y demás ámbitos culturales.


Infancia, juventud y formación religiosa

Miembro de una familia de origen campesino, su padre, Hans Lutero, consiguió el arriendo de una mina de cobre y de un taller de fundición en Mansfeld, lo que hizo que la familia pudiera gozar de una situación económica desahogada. Sometido a crueles castigos por parte de su severo padre y educado bajo el más estricto fanatismo por su madre, la también de origen campesino Margarita Ziegles, la personalidad de Lutero se forjaría desde sus primeros años en un ambiente de rigurosa disciplina y severidad religiosa. Posiblemente el origen de la proverbial tozudez y carácter rebelde que mostraría Lutero desde su adolescencia hasta su muerte estén en esos primeros años de vida tan desafortunados.

Después de estudiar en la escuela de Mansfeld, a los catorce años de edad partió para Magdeburgo, donde pasó un año con los Hermanos de la Vida Común, que le hicieron descubrir la Biblia. De Magdeburgo se trasladó a Eisenach, donde adquirió una sólida formación musical hasta que, en 1501, con dieciocho años, ingresó en la Universidad de Erfurt con el objetivo de estudiar Derecho y convertirse en jurista, tal como deseaba su autoritario padre. A los veinte años ya era bachiller, y a los veintidós maestro en artes, con un espléndido porvenir por delante. Pero, tras una aparente jovialidad y entrega a las estudios, Lutero comenzó a inquietarse por encontrar respuesta a una de las preguntas que le venía rondando la cabeza desde hacía bastante tiempo: el sentido de la vida y de la existencia. En un impulso sincero de religiosidad, Lutero abandonó los estudios ante la consternación de propios y extraños para ingresar como novicio en el monasterio agustino de Erfurt. Esta repentina determinación, con ira incluida por parte de su padre, obedeció a dos causas principales: la muerte de un compañero fulminado por un rayo en su presencia mientras realizaban un viaje, y, la más importante, por su inquietud existencial que él mismo resumiría con la patética pregunta de "¿cómo puedo obtener un Dios misericordioso?".

Tras un año de noviciado en Erfurt en el que se comportó como un excelente monje, ya que cumplía con rigor todas las reglas impuestas por la orden e incluso exageraba en su siempre deseo por buscar la perfección, en el otoño de 1506 pronunció sus votos de obediencia y, al año siguiente, fue ordenado sacerdote. El 2 de mayo de 1507, Lutero dio su primera misa, en la que tuvo deseos, según sus propias palabras, de huir del lugar y abandonar el sacerdocio por resultarle demasiado pesada la majestad de Dios que sentía sobre su cuerpo hasta el punto de paralizarle por completo. Pero, a pesar de ese primer traspiés, los superiores de la orden siguieron confiando en un monje tan aplicado y sobre todo cargado de tanta espiritualidad y hambre de Dios.

Con el objeto de estudiar Teología y ocupar una cátedra en una de las muchas universidades alemanas regidas por los agustinos, en 1508 su amigo y consejero espiritual Johan von Stanpitz, a la sazón vicario general de los agustinos, le mandó a la Universidad de Wittenberg para estudiar un curso sobre la ética aristotélica; al año siguiente se licenció en Teología y obtuvo el título de Baccalaureus Biblicus, que le facultaba a practicar la exégesis bíblica públicamente. Fue en esta época cuando Lutero entró en contacto con los escritos de San Pablo, en cuyo estudio se enfrascó con pasión para entresacar de él las primeras conclusiones que acabarían con su dramática disidencia con la ortodoxia religiosa impuesta desde Roma: la justificación en la gracia de Dios, generosamente otorgada por el Creador con independencia de las obras, por las que se obtiene la salvación y el hecho de que sólo la fe y no los méritos pueden salvar al hombre.

En 1510, Lutero realizó un viaje a Roma en compañía de otro agustino para presentar al general de su orden ciertas quejas sobre la estricta observancia de la regla monástica. El resultado y las impresiones del viaje no pudieron ser más nefastas para el alma inquieta y rebelde de Lutero. La consecuencia inmediata fue la de crear en él una definitiva aversión hacia la capital del cristianismo, al ambiente de corrupción y relajación del clero romano, a la decadencia en la que había caído todo el Vaticano, con prelados y papas más pendientes de los aspectos materiales que espirituales y al exceso de boato y riqueza que ostentaba el Papado. De regreso a Alemania, Lutero volvió a ser enviado a la Universidad de Wittenberg para doctorarse en Teología, en 1512, tras de lo cual asumió la cátedra de Teología bíblica que conservaría hasta su muerte. Nombrado también, muy a pesar suyo, subprior del convento de Wittenberg, Lutero comenzó a impartir clases en la universidad en las que interpretaba y estudiaba las Sagradas Escrituras, con especial interés la obra paulina, época en la que acabó por conformar y pulir la que sería su piedra angular teológica, la justificación por la fe, según la cual el cristiano se podía salvar, no por sus propios esfuerzos o méritos, sino por el don de la gracia de Dios, aceptada tan sólo por la fe en Cristo el Salvador. Así mismo, Lutero también llegó a otra conclusión igual de importante y trascendental para el futuro de su reforma: la sumisión total a las Sagradas Escrituras, y su rechazo a cualquier otra interpretación proveniente del exterior, ya que ésta podía no ser fiable per se, mientras que los Evangelios habían sido inspirados directamente por Dios. De ahí a sospechar de la autoridad del papa como jefe supremo de la Iglesia y como persona infalible fue todo uno para Lutero.

Las 95 tesis de Wittenberg: el inicio de la Reforma protestante

Pero, a pesar de estar embargado por la absoluta certeza de su espíritu reformista y no tener duda alguna sobre los gravísimos errores doctrinales y teológicos en los que había caído la Iglesia de Roma, Lutero dejó pasar varios años hasta que, por fin, vio llegado el momento oportuno para hacerse oír por todos los cristianos. En 1517, Lutero fue designado para sustituir temporalmente al párroco de la Iglesia más importante de Wittenberg, lo que le dio oportunidad para asistir atónito a la campaña autorizada por Roma a petición del arzobispo de Maguncia, Alberto de Brandeburgo (endeudado con el banquero Jacob Fugger), consistente en la venta por toda Alemania, llevada a cabo por el dominico Juan Tetzel, de una serie de indulgencias con el objetivo de conseguir la salvación y cuyo producto estaba destinado a sufragar los gastos de la construcción de la basílica de San Pedro de Roma.

Escandalizado por lo que consideraba un envenenamiento y timo espiritual de la gente sencilla, Lutero intentó poner sobre aviso a las autoridades eclesiásticas alemanas, pero, al encontrarse con el más absoluto de los silencios a todos los niveles, Lutero decidió actuar por su cuenta totalmente sólo. Lutero se inspiró en una famosa frase de San Agustín que decía "lo que la ley pide, lo consigue la fe", y redactó sus célebres 95 tesis contra la venta de indulgencias que clavó con determinación en el sitio más visible de la ciudad, en la puerta del pórtico de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg, el 31 de octubre de 1517. Las incendiarias tesis, repletas de diatribas y ataques directos a la Iglesia de Roma y al papa, fueron primero redactadas en Latín, para, al poco tiempo, ser traducidas al alemán y reproducidas por la imprenta al mismo tiempo que se difundieron con una extraordinaria rapidez gracias a la labor de los estudiantes.

La resonancia del acontecimiento fue enorme a pesar de que Lutero desde el púlpito y las aulas intentó en vano suavizar la situación que había creado apelando a una doctrina tradicional aceptada en la Iglesia, por la cual se aceptaba la nulidad de las indulgencias para salvar almas ya que dicha prerrogativa sólo le competía a Dios. Los dominicos, encargados de la Inquisición, denunciaron a Lutero ante Roma, por lo que éste fue conminado, al año siguiente, a presentarse en la ciudad eterna para responder de los cargos que se habían formulado en su contra. Lutero hizo gala de una gran astucia política y logró involucrar al poder político en la disputa pidiendo al príncipe Federico el Sabio, elector de Sajonia, que intercediera ante el papa para conseguir que el juicio en su contra se celebrase en suelo alemán, tal como así sucedió. En el mes de octubre de 1518, Lutero acudió a la ciudad de Augsburgo para discutir su postura con el legado pontificio Tomasso de Vio (Cayetano), quien tenía en su poder una breve del pontífice León X por la que Lutero debía retractarse públicamente de sus graves errores o, en caso contrario, ser llevado a Roma arrestado. Bajo la protección política del príncipe Federico, Lutero prolongó su discusión con el legado papal cuatro días sin que ninguna parte cediera en sus respectivas posturas. Es más, Lutero endureció su postura afirmando que la infabilidad de las Sagradas Escrituras estaban por encima de la del propio pontífice, al que se la negó reiteradamente. Aunque el rompimiento definitivo aún no se produjo, Lutero adoptó a partir de ese momento una actitud de intransigencia que no se reducía al mero rechazo de las indulgencias, sino que implicaba algo mucho más grave: el directo desacato a la autoridad papal.

La ruptura definitiva

Tras marchar indemne de Augsburgo, Lutero mandó difundir un llamamiento bajo el título Del papa mal informado al papa mejor informado, en el que apelaba a un concilio presidido por el papa para expresar sus ideas reformistas. Desde su seguro retiro de Wittenberg, Lutero logró reunir una especie de concilio menor en la ciudad de Leipzig, celebrado entre los días 27 de junio hasta el 16 de julio de 1519, en el que Lutero afirmó que aunque el deseado concilio no le diera la razón, no se retractaría ya que estaba sometido a la única autoridad legítima, la de las Sagradas Escrituras. La respuesta de León X no se hizo esperar. El 15 de junio de 1520, el papa mandó a Lutero la bula Exsurge Domine por la que le conminaba por última vez a retractarse bajo la pena de excomunión. Lutero, tras un intento baldío por dirigirse al pontífice para que éste celebrase el ansiado concilio, el 10 de diciembre del mismo año quemó solemnemente la bula junto con un ejemplar del Corpus Iuris Canonici en presencia de estudiantes y ciudadanos de Wittenberg. Así mismo, Lutero contestó al papa con el libelo La bula del Anticristo. Con semejante acto, Lutero expresó simbólicamente su ruptura total con la Iglesia de Roma. El 3 de enero de 1521, León X redactó la bula Decet Romanum Pontificem, por la que Lutero era excomulgado definitivamente. Conforme al Derecho Eclesiástico, la excomunión eclesiástica debía ser ejecutada por el brazo secular, tarea que recayó sobre el recién elegido emperador, Carlos V de Alemania y I de España. El emperador aprovechó la reunión de cortes en la ciudad de Worms, en abril de 1521, para citar a Lutero en la misma, donde se le intimidó para que se retractara, pero el díscolo monje agustino siguió empecinado en su heterodoxia, y se enfrentó a todos los dignatarios imperiales y eclesiásticos reunidos allí en su contra, totalmente convencido de que le esperaba la misma suerte que a Jan Hus. Carlos V, presionado por la situación política tan inestable de Alemania y por la fama y predicamento que había adquirido ya el monje herético, tan sólo se limitó a prohibir la práctica de la nueva fe y a declarar proscritos a Lutero y sus seguidores, ya por aquel entonces denominados protestantes.

Los esfuerzos que se hicieron a continuación para hacer cambiar de opinión a Lutero resultaron inútiles. El 26 de mayo, Carlos V firmó el Edicto de Worms en el que ratificó la sanción de destierro para Lutero y ordenó la quema de todos sus escritos.

Precisamente, el año anterior a la condena, Lutero sacó a la luz, en alemán y ayudado por la poderosa maquinaria de propaganda que resultó ser la imprenta, sus tres obras fundamentales: Sobre la libertad del cristiano, sin duda alguna su obra mejor elaborada y escrita, en la que esbozó claramente el pilar sobre el que se sustentaba la nueva religión, la salvación por la fe en Cristo; A la nobleza cristiana de la nación alemana, en la que hizo un llamamiento a la nobleza para que asumiera su papel de protector del pueblo y se uniera a la causa luterana, además de instituir los tres principios evangélicos básicos del protestantismo (sacerdocio universal, inteligibilidad de las Sagradas Escrituras y responsabilidad de todos los fieles en el gobierno de la Iglesia), y, por último, Preludio a la cautividad de Babilonia, obra destinada a los teólogos, en la que analizó con rigor el proceso de perversión al que habían llegado los sacramentos, de los que, según él, sólo debían subsistir dos, el bautismo y la cena (desechando la transubstanciación). Con estas tres obras, Lutero dispuso su línea de batalla a la par que esbozó los primeros cimientos de una futura Iglesia evangélica.

El triunfo del protestantismo

Federico el Sabio, en aras de proteger la persona de Lutero, fingió su secuestro y lo escondió clandestinamente en el castillo de Wartburg, en Turingia, donde el exmonje encontró la paz y el ambiente de retiro ideal para abandonarse de lleno a una frenética actividad literaria. Lutero escribió numerosas cartas, continuó con varios salmos, redactó glosas eclesiásticas, escribió una obra dedicada a la confesión, otra sobre los votos monásticos y un buen número más. Pero, en el escaso año que permaneció en Wartburg (desde mayo de1521 hasta marzo de año 1522), Lutero llevó a cabo su producción literaria más importante y trascendental para la implantación definitiva de la nueva fe: partió del texto griego publicado en 1516 por Erasmo de Rotterdam, tradujo al alemán el Nuevo Testamento, que se llamaría la Biblia de septiembre, por haber aparecido en ese mes, y de esa forma puso a disposición del pueblo alemán el texto sagrado por excelencia. La obra sería un éxito tal que en el mes de diciembre se hubo de imprimir muchos más ejemplares.

Los desórdenes surgidos en Wittenberg por sus seguidores más radicales, que habían comenzado a tomar medidas drásticas en cuestiones litúrgicas, como la supresión de la celebración de la misa, obligaron a Lutero a dejar su apacible retiro de Wartburg y regresar a Wittenberg, donde volvió a tomar las riendas con prudencia y moderación pero sin perder la calma y con determinación. Lutero se puso al mando en la organización de las nuevas comunidades evangélicas que iban surgiendo por doquier en toda Alemania.

Desde Wittenberg, Lutero abrió otro frente de lucha contra los movimientos de liberación social y nacional de la pequeña nobleza y especialmente de los campesinos. Los primeros no dejaban de presionar para que éste constituyera una Iglesia nacional alemana, mientras que los segundos, alentados por la libre interpretación de las Sagradas Escrituras defendida por Lutero, buscaban su apoyo para aliviar las condiciones de miseria y sojuzgamiento en el que vivían, por lo que radicalizaban sus posturas hasta convertirlas en una cuestión política que arrastró al propio Lutero. Las Guerras Campesinas (1524-1526), lideradas por un antiguo pastor luterano, Thomas Münzer (fundador de la secta de los anabaptistas), fueron el colofón de la situación de crispación que había introducido en Alemania la Reforma emprendida por Lutero. Durante todo el transcurso de la sangrienta guerra de los campesinos contra sus señores, Lutero fracasó en sus intentos por apaciguar los ánimos con su pluma, por lo que, aunque en el fondo apoyaba un gran número de sus reivindicaciones, cuando éstos recurrieron a la violencia contra toda la población en conjunto, no dudó un momento en apelar a los nobles para que restituyeran el orden establecido con las armas, lo que dio cobertura a una represión sangrienta de campesinos como jamás se había visto en Alemania. El conflicto, que derivó en una auténtica matanza indiscriminada, restó popularidad a Lutero entre las masas más desfavorecidas, pero por lo menos salvó a la Reforma de una más que segura desintegración.

En pleno conflicto campesino, en 1525, Lutero contrajo matrimonio con una exmonja cisterciense de clausura, Katharina von Bora, veinte años más joven que él, con la que tuvo seis hijos. Tras la boda, el príncipe de Sajonia le regaló el antiguo convento de los agustinos en Wittenberg, donde junto con su mujer abrió una pensión para estudiantes y siguió incansable con su producción literaria con vistas a apuntalar la Reforma en todas las partes posibles y a defenderla de todos los ataques provenientes tanto desde la Iglesia de Roma como desde dentro del propio movimiento reformador, como se demostró con la aparición de los anabaptistas y de otros reformadores que intentaban separarse de las doctrinas luteranas (Zwingle, Calvino y Knox).

En esta época saldrían a la luz las obras siguientes: Opinión sobre las órdenes monásticas, vibrante exhortación dirigida a los religiosos para que rompieran el voto de castidad, cosa que hicieron casi todos los religiosos con alegría; Dichos de sobremesa, obra fruto de las charlas que mantenía a diario con los estudiantes de su pensión sobre aspectos religiosos tras la comida o la cena; De la voluntad esclava, libro surgido como réplica a la obra que publicó Erasmo de Rotterdam en 1525 con el título Sobre el libre albedrío, donde refutaba algunas consideraciones importantes del luteranismo y que supondría la ruptura definitiva de Lutero con el Humanismo cristiano defendido por el filósofo y religioso holandés; El deber de las autoridades civiles de enfrentarse a los anabaptistas mediante castigos temporales, que contribuyó a entregarlos al brazo secular; y, Pequeño y Gran Catecismo, en los que Lutero puso en orden todo el sistema teológico y doctrinal de la Reforma de una manera clara y sencilla para que fuera entendida a la perfección por todos; para ello utilizó la fórmula de preguntas y respuestas.


Lutero consolida su obra

LuteroComo ya se ha indicado anteriormente, el mayor empeño de Lutero fue la organización de las comunidades evangélicas. Constantemente realizaba visitas de inspección, en las que predicaba, enseñaba y explicaba las Sagradas Escrituras. Hacia 1529, la influencia de la Reforma se había extendido por el norte y el este de Europa, cuyo prestigio contribuyó a convertir a Wittenberg en un centro intelectual de primer orden. La defensa tan encendida que hizo de la independencia de los gobernantes y príncipes respecto del poder eclesiástico, le valió el apoyo incondicional de muchos príncipes, hasta el punto de que a partir de esos momentos la Reforma pasó a ser más un asunto de los príncipes que de los eclesiásticos, justo una de las cosas que se había propuesta Lutero desde un primer momento.

Al prohibírsele la asistencia a la Dieta de Augsburgo, celebrada en 1530, por estar excomulgado e imposibilitado para hablar con el emperador, Lutero delegó la defensa reformista en la persona de su colaborador más querido y preparado, el humanista Philipp Melanchthon, quien presentó a los asistentes la Confesión de Augsburgo, texto redactado bajo la vigilancia de Lutero, en el que expresaba la profesión de fe protestante y veintiocho puntos de definitiva discrepancia con el catolicismo. Dos años más tarde, el emperador Carlos V, acuciado por la lucha que venía sosteniendo con los turcos en el Mediterráneo, no tuvo más remedio que transigir con el luteranismo firmando la Paz de Nuremberg, por la que establecía la libertad para ejercer libre y públicamente el nuevo culto en territorio alemán.

Cuando en 1536, el papa Paulo III se decidió a convocar, tardíamente, el concilio de Trento, Lutero, ensoberbecido y encumbrado, decidió prescindir de él alegando el irreversible alejamiento de ambas posturas y que, en definitiva, no serviría para nada. Para reforzar aún más una postura tan disidente e intransigente, Lutero publicó los Artículos de Esmalkalda, en los que expuso todas las divergencias que habían causado la separación de ambas iglesias, y puso especial énfasis en la celebración de la misa (abominable y superflua para él) y en el papel del papa como único responsable del estado calamitoso en el que había caído la Iglesia cristiana.

Sus últimos años

En 1537, la salud de Lutero comenzó a quebrarse de forma progresiva y alarmante para sus adeptos. Aún así, el infatigable exmonje prosiguió con denuedo su actividad organizadora e intelectual como demostró al publicar, en 1544, en vísperas de su muerte, uno de sus más violentos panfletos con motivo del conflicto surgido en el concilio de Trento entre el emperador y el papa, Sobre el papado de Roma fundado por el diablo. La causticidad de tan encarnizado ataque al papado adquirió todavía un mayor relieve gracias a las célebres y grotescas caricaturas en contra del papa que realizó Lucas Cranach el Viejo para apoyar la publicación.

Lutero pasó sus últimos años aquejado de una dolorosa lesión en la arteria coronaria y de profundas depresiones causadas por el resurgimiento del papado, por el intento de los judíos por reabrir la cuestión del mesianismo de Jesús y por el nuevo rebrote de la facción reformistas más radical, la de los anabaptistas. Por todo ello, Lutero no pudo permitirse el lujo de renunciar hasta su muerte, que le sorprendió en plena actividad, a la tarea de predicar como misionero la naciente religión por todo el país. Por eso, cuando en febrero de 1547, Lutero regresó a su querida ciudad natal de Eisleben para participar en un acto de reconciliación entre los condes de Mansfeld, la muerte le sorprendió víctima de una angina de pecho. Tras haber proclamado por última vez su fe en Cristo, el 18 de febrero murió el hombre que puso fin a la unidad de los cristianos: en la mesa de la cámara mortuoria se encontraron escritas las últimas palabras de Lutero, en latín y alemán, las cuales acababan con una confesión que resumía a la perfección toda su vida: "Wir sind bettler, das ist walir" ('Somos mendigos, es la verdad').


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